MANIFIESTO

¿Qué es la arquitectura viva sino el entretejido formado por su condición evolutiva, su carácter regenerativo y emocional? Y es que la arquitectura, desde su origen, se remonta a ese estrecho bienestar humano, natural y social. Nace cómo cobijo, protección, deseo de supervivencia y de encuentro; la arquitectura como fuerza que surge: lugar común donde las personas, al tiempo que se resguardan, también se desarrollan. 

Y, sin embargo, la arquitectura no es ajena ni al ser humano ni al entorno, a estos les sirve, se debe, a estos complementa, completa, funciona para ellos como si de una conversación se tratase. Conversación donde todos son interlocutores, pero también atentos escuchas. El ser humano habita la arquitectura, la recorre, deambula en ella buscándose a sí mismo, buscando sus pasados, sus deseos; en ella descubre su cualidad de viajero, de ser autónomo: individuo ante el mundo y las pasiones que este ejerce sobre él. La arquitectura, llámese casa, el edificio, en su función de espejo, de fuente que refleja a la persona, su contexto, y que fluye en una constante renovación para nunca agotar su espíritu ni los recursos de su alrededor. Un ciclo permanente, de descansar y despertar, de servir, de retratar y contener, de posibilitar.

Es la arquitectura viva el recoveco donde converge el tiempo, la permanencia y el entorno; resquicio ostensible donde las personas, sus culturas, se recuerdan como naturaleza en constante cambio. Es desde este núcleo de donde emerge la identidad de la forma y del espacio, luego depositada a través de dinámicas, acciones, en cuya sinergia ya no puede notarse una clara frontera. Arquitectura viva como la suma de un todo, y también como una fuente desde la que se alimentan todas las partes.